lunes, 9 de agosto de 2010

El David


Entré en aquel viejo museo, que parecía que en los últimos años pretendia tecnificarse añadiendo algun que otro detector de metales. Había caminado todo el día por aquella ciudad, y lo último que me apetecía ir a un museo donde prácticamente lo único que se exponía era una escultura que pensaba que estaba, seguramente, sobrevalorada.
Entonces aquel estrecho pasillo dió a una sala inmensa en la cual, al final de todo, estaba alli. Aquella inmensa escultura, que podía matar con la mirada, que sostenía aquella piedra con una fuerza indefinible. Esa escultura, que conseguía que se produjera un inmenso silencio, que recordaramos, que en su día, nos creímos el centro del universo.
Aquella escultura conseguía que los mayores ateos volviésemos a creer en dios.

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